En la novela La Guía del autoestopista galáctico de Doublas Adam, una serie de exploradores de una raza de seres hiperinteligentes construyen “Pensamiento Profundo”, la segunda mejor computadora de todos los tiempos, para obtener la respuesta al sentido de la vida, el universo y todo lo demás. Después de siete millones y medio de años meditando la pregunta, Pensamiento Profundo revela la respuesta: “Cuarenta y dos“.
- —¡Cuarenta y dos! —exclamó Loonquawl—. ¿Es eso todo lo que tienes que mostrar tras siete millones y medio de años de trabajo?
- —Lo he comprobado muy minuciosamente —dijo la computadora—, y ésa es definitivamente la respuesta. Creo que el problema, para ser sinceros, es que no han hecho la pregunta correcta.
- La posición que ocupa Malasia en cuanto a población
- Chile en cuanto a PIB
- Las Islas Seychelles en PIB per cápita
- Baréin en cuanto al índice de calidad de vida
- Eslovenia en esperanza de vida
- Timor Oriental en índice de democracia
- Vietnam por consumo de electricidad
- Venezuela por exportacones
- Malasia por kilómetros de carretera
- Filipinas por número de líneas telefónicas
- Ecuador en el ranking FIFA
- España por competitividad
Como consuelo tenemos a Portugal en el 46 y a Itaila en el 48, para encontrar a Grecia tenemos que irnos hasta el puesto 83 (ver fuente).
¿Cuántos de los países del top 10 tienen problemas para colocar su deuda? ¿Y de los que están más allá del puesto 40?
Para entender mejor el problema es imprescindible conocer qué es exactamente la competitividad.
La competitividad se define por la productividad con la que una nación utiliza sus recursos humanos, de capital y naturales. Para entender la competitividad, el punto de partida debe ser una fuente de prosperidad de la nación subyacente. El nivel de vida de un país viene determinado por la productividad de su economía, que se mide por el valor de los bienes y servicios producidos por unidad de sus recursos. La productividad depende tanto del valor de los productos y servicios de una nación, medido por los precios que puede imponer en los mercados abiertos, como de la eficiencia con la que pueden ser producidos. La productividad también depende de la capacidad de una economía para movilizar sus recursos humanos.
La verdadera competitividad, por tanto, se mide por la productividad. La productividad permite a una nación soportar salarios elevados, rendimientos de capital atractivos, una divisa fuerte, y con ellos, un alto nivel de vida. Lo que resulta más importante no son las exportaciones per se o si las empresas son de propiedad local o extranjera, sino la naturaleza y la productividad de las actividades del negocio en un país determinado. Las empresas puramente locales también cuentan en lo que respecta a la competitividad, porque su productividad no solo establece sus salarios sino que además tiene una importante influencia sobre el coste de hacer negocios y el coste de la vida del país.
Lo que importa a efectos de la competitividad
Casi todo importa a efectos de la competitividad. Los colegios, las carreteras, los mercados financieros y la sofisticación de los clientes importan. Estos y otros aspectos de la situación de un país están profundamente arraigados en las instituciones de una nación, la gente y la cultura. Esto implica un reto especial para mejorar la competitividad, porque no hay una única política o paso relevante que pueda generar competitividad, solo muchas mejoras en áreas individuales que de forma inevitable tardan tiempo en tener lugar. Mejorar la competitividad es un maratón, no un esprint. Cómo mantener un momento de mejora de la competitividad a lo largo del tiempo se encuentra entre los mayores retos a los que se enfrentan los países.
Crear riqueza a nivel macroeconómico
Se ha considerado durante mucho tiempo que los fundamentos del desarrollo económico son instituciones estables, políticas macroeconómicas saludables, apertura de mercados y privatización. El foco del debate sobre la competitividad y el desarrollo económico se sigue centrando en estas áreas. Es bien conocido que las políticas fiscales y monetarias saludables, un sistema legal de confianza y eficiente, un conjunto estable de instituciones democráticas y el progreso sobre las circunstancias sociales contribuye en gran medida a una economía saludable.
He detectado que estos factores son necesarios para el desarrollo económico, pero en absoluto suficientes. Estas circunstancias ofrecen la oportunidad para crear riqueza pero no la generan por ellas mismas. La riqueza es verdaderamente generada al nivel microeconómico de la economía. Solo las empresas pueden generar riqueza. La capacidad de generación de riqueza se encuentra en la sofisticación de las prácticas y estrategias operativas de las empresas, así como en la calidad del entorno de negocio microeconómico en el que las empresas de una nación compiten. Más del 80 por ciento de la variación del PIB per capita entre países es responsable de los fundamentos microeconómicos. Salvo si mejoran las capacidades microeconómicas, las reformas macroeconómicas, políticas, legales y sociales no darán fruto enteramente.
Una perspectiva errónea de la competitividad
En todo el mundo, la definición más intuitiva de la competitividad es la participación que un país tiene en los mercados para sus productos. Esta definición hace que la competitividad sea un juego de suma cero, porque la ganancia de un país se obtiene a expensas de otros. Esta perspectiva de la competitividad se utiliza para justificar la intervención a fin de desviar los resultados del mercado a favor de una nación (denominado política industrial). También apuntala políticas destinadas a ofrecer subvenciones, controlar los salarios locales y devaluar la divisa de una nación, todo ello para lograr expandir las exportaciones. De hecho, se sigue diciendo con frecuencia que salarios más bajos o la devaluación «hacen que una nación sea más competitiva». Los líderes empresariales tienden a la perspectiva de participación en el mercado porque estas políticas parecen estar dirigidas a sus preocupaciones inmediatas sobre la competitividad.
Lamentablemente, esta perspectiva intuitiva de la competitividad está profundamente llena de imperfecciones y seguirla va contra el progreso económico nacional. La necesidad de salarios bajos revela una falta de competitividad y controla la prosperidad. Las subvenciones drenan los ingresos nacionales y desvían las elecciones del uso más productivo de los recursos de una nación. La devaluación da lugar a una reducción colectiva nacional de los salarios descontando los productos y servicios vendidos en los mercados nacionales al tiempo que eleva el coste de los bienes y servicios comprados en el extranjero. Las exportaciones basadas en salarios bajos o divisa barata, por tanto, no respaldan un nivel de vida atractivo.
La economía mundial no es un juego de suma cero. Muchas naciones pueden mejorar su prosperidad si pueden mejorar su productividad. Hay necesidades humanas ilimitadas que suplir si la productividad hace caer el coste de los productos y el trabajo productivo respalda salarios más elevados. De este modo, el reto principal del desarrollo económico es cómo crear las circunstancias para generar un crecimiento rápido y sostenible de la productividad. La competitividad microeconómica debería ser el objeto principal de la agenda de la política económica de toda nación.
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